¿De dónde eres?

Cuando tenía trece años me mudé con mi mamá a Lima. Nos mudamos en un agosto, pues era invierno en Perú. El el frío, la neblina, los carteles de publicidad baratos, e incluso los bocinazos de carros impacientes, son cosas que vienen en mente cuando me acuerdo de aquel agosto. Era una ciudad que ya conocía, sin embargo, sentía que estaba llegando a un mundo desconocido, dónde mi familia era el único vinculo que tenía con el mundo fuera de casa. Mis primeras semanas en Lima fueron abrumadoras y nunca llegué a sentirme en casa.

Cuando empecé las clases me decían “el arubano”, porque todos mis compañeros sabían que venía de Aruba. No lo hacían con mala intención, es más, me agradaba que me llamarán así porque siempre me he sentido arubano.

Unos meses después regresé a Aruba y me sentía muy feliz de haber regresado. Me sentía en casa y sentía que todos me entendían y me tenían en cuenta. Para un adolescente sentirse incluido y oído son cosas muy importantes. Aunque es importante mencionar que mis padres hicieron todo lo posible para que me sintiera en casa en Lima, pero nunca logré alcanzar esa comodidad en aquella ciudad.

Hace cuatro años, cuando me mudé a los Países Bajos, me tomó un tiempo ajustarme y sentirme en casa. Como cualquier cambio no fue fácil, pero logré formar muy buenas amistades. Me independicé y aprendí mucho sobre la vida, el mundo, y sobre los pasos que puedo tomar para ser una mejor persona día a día.

Durante esta primera semana en Granada me han preguntado varias veces de dónde soy. Es una pregunta que me cuesta mucho contestar. Soy arubano y estoy muy orgulloso de ser arubano, pero al mismo tiempo también tengo rasgos peruanos, que, a pesar de todo, son parte de lo que soy y es algo que también me enorgullece. Pero durante los últimos cuatro años he formado una vida en los Países Bajos y le tengo mucho cariño y aprecio a ese país donde dejé de ser un niño, para convertirme en un adulto joven con un sentido de responsabilidad hacia el mundo.

Ahora me pregunto: ¿Cómo hago un resumen de tan complicado cuento? Estoy seguro de que no soy el primero, ni tampoco el único en hacerse esa pregunta.

Pero quizás la respuesta no sea tan importante como la pregunta. O tal vez la pregunta no importe, porque en el panorama completo soy todo y nada al mismo tiempo.

Para cambiar un poco el tema me he dado cuenta de que estos últimos días me cuesta mucho hablar en español. No es que no pueda, es que me siento un poco inseguro de mi pronunciación. Esto es algo que desde que tengo memoria ha sido así.

Crecí viendo televisión venezolana y mexicana. Me acuerdo una vez que tenía alrededor de 8 años (no me acuerdo de la edad exacta), fuimos de vacaciones a Perú y alguien le pregunto a mi hermana: “¿Por qué habla tú hermano como venezolano?” Me dio mucha vergüenza, porque la verdad es que ni siquiera estaba consciente de que hablase como venezolano. Hoy en día hay personas que me dicen que suelo hablar como un mexicano. Esto me parece un poco más lógico, porque la pronunciación mexicana, por lo general (o por lo menos como se habla en los programas de Televisa) es más neutro… ¿A poco no te perece güey? ¡No manches!

Pues bien, que alguna vez llegué a hablar como venezolano o mexicano, lo puedo aceptar. Pero lo siguiente que te voy a contar no te lo vas a creer, la verdad. La osadía, la falta de respeto, el descaro…

Cuando estaba en Lima el verano pasado, mi mamá y me hermana me preguntaron: “¿Te dio por hablar como los españoles?” Conté hasta cien, porque es imposible ganarle un argumento a mi mamá y mucho menos si se une mi hermana. Si me conoces sabes que de dramático tengo bastante, pero de ridículo no tanto, digo… Y para aclarar: no es que los españoles tengan acento desagradable, pero si un acento único, que es diferente en cada región. Y para que un latinoamericano hable como un español, tiene que poner de su parte porque eso no le sale a uno de forma natural. ¿Y que piensen que habló con acento español? ¡Qué falta de respeto, la verdad!

Después de dicha conversación, que por cierto les hizo mucha gracia, me puse a pensar. En mi universidad tengo una profesora española y una profesora colombiana, ambas muy chéveres. Durante mis clases de destrezas escritas y orales del español, aprendo un montón de ellas. Puedo decir sinceramente que he ampliado mi vocabulario del español un cincuenta por ciento comparado con el año que empecé la carrera.

Además de mis profesoras, también está la supervisora de mis practicas del segundo año, con quien tengo una muy buena relación. Es viguesa y hay varias expresiones y palabras que he aprendido de ella, por ejemplo: Quien mucho abarca poco aprieta (¡mi expresión favorita!).

Aparte de estas personas, con quienes he practicado mi español, suelo ver series españolas, como Las Chicas del Cable y La Casa de Papel. He estado un mes en Madrid y digo “vale” un montón. Me parece una palabra super chévere. El “ok” del español.

En breve, estos son los vínculos que tengo con E(sh)paña. ¿Vale? Y son vínculos que valoro un montón. Pero de decir que hablo como un español me parece un poco exagerado. Eso no mola nada… 😉

Y bueno, me puse a pensar. ¿Cómo pueden pretender que hable como peruano si nunca he vivido más de unos meses consecutivos en Perú? Es obvio que mi pronunciación, mi vocabulario y mi acento tengan rasgos de diferentes países hispanohablantes. Que no reconozcan esa diversidad en mi forma de hablar el español no me hace menos hispanoamericano, que al fin y al cabo el español ni siquiera es mi primera lengua. Como suelo decir: “It is not my mother tongue, it is my father tongue!”

Eso sí, que no me confundan con un chileno, que en ese aspecto si: muy peruano.

¡Gracias por leerme y hasta la próxima!

Uno de los mapas auténticos del Tratado de Tordesillas, donde se ven los continentes mencionados en mi esta publicación. Fines estéticos. Foto: Historia del Mundo



Comments

Popular Posts